Mario Miranda

Blog de filosofía, antropología, gastronomía, diseño y demás interesantes espacios de creación humana.


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Ese golpe no tiene mi nombre.

Y parece que no todo se debe a mi repentina voluntad de ir por un poco de comida al súper. Sábado a las 6:48 de la mañana parece demasiado temprano para tener hambre pero si consideramos que mi sistema orgánico tiene una violenta costumbre: me abre los ojos y enciende el switch de «encendido» en toda mi persona desde las 4am sin que pueda frenar o cortar los cables que encienden mi edificio interior. Ese sábado prometía ser uno de tantos; una vez encendido mi involuntario y violento despertar a las cuatro de la madrugada, quise volver a intentar dormir aunque no fuera algo fácil de lograr. El intento, ahora lo sé, tenía un plan macabro. Era demasiado ingenuo y con poca visión y percepción para darme cuenta a las cuatro de la mañana. Todo se dejaría ver a mayor luz del día. Victoria conseguida: pude dormir un poco más logrando cubrir con más ímpetu las sábanas y cerrando los ojos para hacerle saber a mi cerebro que no había prisa ni menos urgencia para brincar a la preparación de lunes a viernes. Vuelvo a a brir los ojos y noto que las siete con veintitrés eran ya y que no sólo cerré los ojos. Me incorporé sin mucha fuerza y percibí que tenía ganas de comer algo pero, recuerdo como golpe de rayo que no tengo nada en mi refri para cocinar. Mi primera solución fue ponerme unos pants, unos tenis y una sudadera para ir rápidamente al super más cercano y conseguir unos huevos, jamón, pan y leche de almendras. Volver lo más rápido posible y cocinar de inmediato. Demasiado bueno, demasiado fácil para mi mala suerte mañanera. Mi frágil conciencia de fin de semana no me hizo pensar en eso: es fin de semana. Sábado por la mañana significa dormir más de la cuenta sin remordimientos. Salir a desayunar a algún restaurante familiar o que esté de moda. A veces nos dan ganas de usar la cocina con calma y sin prisas pero otras veces dan ganas de salir a desayunar fuera y dejar que la cocina permanezca limpia por más tiempo. Yo hice una mezcla desafortunada de ambas sin darme cuenta hasta mucho tiempo después. De hecho, apenas me doy cuenta ahora. Tomar mi coche y dirigirme al super más cercano. Comprar lo necesario y regresar a cocinar. Sábado por la mañana significa también regreso de fiestas familiares, conductores que, las más de las veces, conducen sin mucha atención en el camino ni en ellos mismos. Oh cruel destino mañanero me acechaba como león hambriento esperando agazapado que cruzara por su camino y me hiciera presa inevitable de sus garras. Nada fue tan imprevisto, ni tan impensable como esa mañana que me esperaba desde todos los tiempos. Apenas unos cuantos minutos conduciendo mi pequeño auto, bastarían para hacerme polvorón mis planes de compras al supermercado. A pocos metros de mí, una camioneta grande , de esas que llevan caja trasera; toma vuelta a la derecha en una curva que se le acercaba. Yo no iba para esa curva, así que seguí adelante, sin acelerar, a buena velocidad y de manera normal. Al pasar casi por delante de esa camioneta, ésta se volantea de nuevo a la derecha para intentar, creo yo, retomar la via por la que yo iba. Veo a la camioneta de reojo muy cerca de mí. Un golpecito del lado derecho de la puerta del copiloto me hace frenar a los pocos metros. La camioneta se detiene justo detrás de mí. Me bajo y se baja también el conductor de la camioneta. Un hombre de unos cuarenta y tantos años, vestido con ropa sucia, jeans gastados y llenos de tierra. Un rostro también con signos de horas sin dormir. «¿Por qué no te frenaste?»-Me dice no con gritos pero sí con voz nerviosa. ¿Yo tenía que frenarme?-le respondo molesto pero cuidando el tono mientras ambos miramos el efecto del golpe en mi pequeño carrito. Una abolladura ligera pero visiblemente aparatosa justo en la parte que sigue en la frontera de la puerta con el espacio antes de la llanta. El tapón de la llanta salió hecho pedazos en muchas partes como consecuencia del impacto. El hambre se me quitó. Miro hacia la camioneta y encuentro tres ligeros raspones. Nada de cuidado. No puedo creerlo.

¿Estás bien?- Le pregunto sabiendo que si la camioneta tiene nada de daño, él tampoco tendrá nada.

Es que si no daba vuelta iba a chocar con otro coche que tenía delante de mí- Me dice entre enojado y nervioso.

Pues me diste a mí- Respondo mirándole para encontrar signos de culpa en ese rostro cansado y sorprendido.

¿Tienes seguro?- Le pregunto al tiempo que yo marco al mío pero con dificultad para encontrar el número en los contactos del celular.

No, no tengo- Me responde agachando la cabeza.

A pesar del desafortunado paisaje, yo estaba bien y él conductor de la camioneta también. Mi seguro tardó 5 minutos en llegar a la escena dibujada. Se baja del coche de seguros GNP un hombre delgado, de lentes, tendría unos cincuenta años. Nos saluda amablemente a ambos y nos pregunta qué fue lo que pasó. Nos dice que nos va a interrogar por separado para intentar emitir un probable juicio posterior en busca del culpable. Me interroga a mí primero. Digo todo lo que vi y cómo lo viví. El conductor de la camioneta estaba unos diez metros lejos. Me quedo ahí y el ajustador camina a interrogar al conductor de la camioneta. Regresan ambos y nos dice: Escuchando ambas versiones,(mientras habla, saca un pizarrón pequeño y dos carritos hot wells) y graficando en el pizarrón lo que ustedes me dicen, quién tiene la culpa es el conductor de la camioneta. Dicho conductor se molesta, «No, él- Señalándome a mí- no se frenó». Luego de varias explicaciones, no le quedó más que aceptar su culpabilidad. «Y usted dice- dice el ajustador- que no cuenta con seguro». «Ese va a ser otro problema-continúa el justador- que va a tener que resolver». Al conductor de la camioneta no le quedó otra que ir en el coche del ajustador al cajero más cercano a sacar una suma considerable para librarse de problemas por no contar con seguro de su camioneta.

A los pocos minutos llegaron y el conductor pudo pagar en efectivo la cantidad que el ajustador le pidió, Firmamos unas responsivas, nos dió copia de ellas y pudimos retirarnos de ahí. Mi seguro cubrió todo el daño y regresé a mi casa. No tenía hambre y tardé en comer algo que ya ni recuerdo que fue.

Mi coche está en reparación y en dos días me lo entregan. Ya no salgo los sábados a comprar nada hasta pasadas las doce del día.


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La grieta.

Pero no exagero, no fue mi culpa y creo que nunca consideré como una decisión hecha al instante (como cuando pides un capuchino con leche de almendras porque eres intolerante a la lactosa). No, no fue nada de eso. Ni tan rápido como un capuchino. La tipografía Helvetica no es casualidad, significa un paso definitivo de modernidad. Mucho tiempo fui fanático de la Times New Roman porque la consideré elegante y refinada como señora que asiste a la Ópera con guantes negros y vestido largo. Hoy busco solidez y firmeza. La Bauhaus también se agrega al momento fundacional de la Helvetica y eso me hace pensar en las casualidades de la vida. No hay casualidades, hay momentos que definen y marcan nuestra vida o situaciones especiales de nuestra vida. Decisiones que tomamos con o sin mucho pensarlo pero que trazan como lápiz de arquitecto, nuestra propia estructura de realidad.

Así fue como te elegí. Sin mucho pensarlo, pero sintiéndolo con esas certezas del corazón. No pude frenarlo ni decirle: “a ver, a ver, vamos más despacio”. No hubo ni siquiera un respiro de reflexión porque lo que le gusta al corazón es de golpe, de madrazo, digamos. Es tiro directo al corazón. Cosa o persona que le gusta, él la ancla de forma súbita a sus venas y hace brotar en sus latidos, incienso de recuerdos imaginarios. Es algo indescriptible con palabras.

Y así como te elegí, hoy te despido de mi memoria. Al corazón ni le preguntes porque ese sigue necio, no escucha de razones ni le interesa. Él quiere vivir en un eterno epicureísmo. Vivir de placeres reales e imaginarios. No sé cómo hace para seguir cuerdo en medio de tanta demencia para la razón.

Fuiste una enorme posibilidad que no llegó a cuajar. Fuiste tú o fui yo. Eso jamás lo sabremos o quizás lo prudente sea no querer saberlo. Aquí no hago más de discurrir algo que es muy mío y no tuyo. Hay sensaciones muy personales que prefieren permanecer en el anonimato. Son tímidas y no les gustan los reflectores.

Ahora me preocupa la jarra de cristal de mi cafetera eléctrica. Es curioso cómo me preocupa más la sensación que me provoca el café que el más mínimo recuerdo tuyo. Una breve grieta que parece ocultarse de lo fina y silenciosa llegó un día sin previo aviso. Frenó de golpe mis ganas de una taza de café. Así como esa grieta casi invisible vino a invadir mi paz interior, así agrietaste mi corazón, de manera invisible pero provocando un desequilibrio interior.

Tengo dos jarras de cristal agrietadas: una de cristal y otra que bombea sangre en mis venas. Una es una cosa y otra es vital para vivir. Ambas están hechas para darnos vida. Puedo prescindir de una pero de la otra no. “This could be the end of everything” dice Keane en Somewhere only we know.

Hoy prefiero una taza de café. He elegido lo que quiero y necesito. Vivo sin esperar nada de nadie y vivo feliz. He soltado los apegos vestidos de amistad y de fugaces momentos de alegría. Me aferro a las personas que demuestran afecto honesto y no a las estrellas fugaces que iluminan el cielo de manera inesperada pero potente. Esas luces deslumbran la vista y los sentidos. Fuego. Luz. Brillo. Todo desaparece con la luz del día. Muchas veces la luz del día tarda en llegar pero llega.

La luz del día ilumina de manera real el mundo y nos hace poner los pies en la tierra. Pasé de flotar en la ensoñación por tu brillo y tus luces fugaces. Admito que me deslumbraron al punto de hacerme dejar de pensar en mí.

Hoy, de pie en mi realidad, puedo decir que no hay falsedad en los latidos, no hay precipitación del corazón, por más que se le vayan las cabras al cerro y no quieran bajar.

Si creo en el amor. Lo he sentido y lo recuerdo. No como una foto a la que miras a distancia. Tiene una mirada sutil y fija que no te suelta. Es una mirada diferente. Un perfume que no suele existir y que lo porta siempre la persona que amas. Las personas no siempre saben darse cuenta de cuanto las queremos. Esa es la fragilidad y temor del amor. Su fuerza y su debilidad se vuelven una sola cosa.

Probablemente no sea posible sostener tanto amor. No lo sé. Te conocí en un momento tan random que parece broma creer que eras tu la que dejaría una marca tan difícil de quitar. Un sharpie humano. No conocía esa manera de querer y ahora me abraza esa disuelta imagen de ti.

Aún me queda una jarra de cristal agrietada. Me preocupa que no encuentro un repuesto. ¿Lo encontraré?


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No hay más.

Estar enamorado es creer diferentes cosas. A veces creer se vuelve un chaleco antibalas o repelente de insectos. No estoy enamorado, no tengo las ganas, la motivación, el empuje ni el goce ni el odio. Simplemente no estoy enamorado. No encuentro ninguna dinamita, explosivo ni pólvora que me haga detonar las emociones. Es sólo esta extraña sensación de tu recuerdo en mi cabeza. No te apilo mis ocupaciones ni tu me llenas de las tuyas. Nos hemos distanciado. Tus risas cada vez son más lejanas. Tus historias no llegan a mis oídos. Ese respirar tan tuyo, tan lleno de emotividad en el timbre de tu voz ya no resuena en mí. Estoy en medio de tu imagen a la distancia y no logro acercarme, no puedo llegar. No logro tocar ni las puntas de tus dedos. Quisiera verte de nuevo, con ojos nuevos, con ganas nuevas, con la respiración entrecortada y ligeros suspiros. Te elevas por cielos que no conozco. Eres un sueño, mi mayor sueño y no puedo soñarte más. Dejo todas mis esperanzas en el suelo, a donde realmente pertenecen. Dejo de respirar tu aroma, ese aroma de piel tan blanca y suave, dejo mis lágrimas en esa piel que tantas veces vestía mis noches y mis días. Ese traje que me cubría no sólo el cuerpo sino el alma, era mi mejor traje. No entro en tus horas pero tampoco en tus minutos. Eres un viaje en tren sin asientos, una fuga sin reos, una escalera sin principio. Es muy difícil para mí expresar lo que siento. No puedo decir: “Regresa a mí”. Es más de lo que puedo hacer. Siento que no hay puertas abiertas. Por donde quiera que miro, todo se cierra. No hay lugar para mi en tu corazón y eso duele. Ya es más de lo que puedo hacer. No hay más.


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El viento en la memoria. (fragmento)

En la mesita de noche se reposa una foto antigua, impresa sin marco, tiene un ligero raspón que parte la imagen central ligeramente pero no lo suficiente. En el extremo derecho, una mujer de entre los 19 y 21 años, joven, muy guapa, de facciones finas y discretas, un pantalón amarillo en tono claro, unos zapatos bajos color negro y en la mano derecha llevándose algo a la boca, mientras que en la mano izquierda sostiene un pequeño bolso negro; un peinado alto como de los que se acostumbraban en los años setentas, para decir verdad, vestía muy bien, a la moda de esos días. Al centro un hombre ligeramente mayor, pero no más de los veintes; al final a la izquierda, una mujer igualmente entre los veintes con vestido color beige y tenis blancos. Los tres al centro parecen relajados como el cielo que les sirve de marco casi cubierto por nubes blancas que parecen trozos de algodón cubriendo el cielo azul. Ellos están sobre una escalinata en punto de fuga. No sabemos dónde es y parece que no es nuestro interés principal. Lo notable y al mismo tiempo, efímero en la imagen es, la calma, paz y unión entre estos tres personajes tan llamativos. Cualquiera diría que son amigos o que están de paseo de fin de semana. Esta foto la he visto miles de veces y me gusta pensar en que esos tiempos fueron buenos, la sensación de compañía, de “hoy no nos preocupamos por nada ni por nadie, sólo estamos pasando un día muy relajado” es lo que toca nuestras suposiciones. Quién podría decir que la guapa y delgada mujer de pantalón amarillo y el hombre del centro son los padres de ese hombre que ahora se halla tumbado en la cama pensando si se levanta o espera a escuchar la alarma de Alexa.

Junto a la foto, unas monedas yacen unas entre otras como piezas de rompecabezas sin orden ni postura. Tumbadas y dispersas como total sincronía periférica. Cambio del trajinar de la semana en los comercios estacionarios. Dos ligeros recipientes con bloqueador; uno con tono de piel uniforme y el otro para piel grasa a mixta, ambos del número cincuenta, para máxima protección solar.

Al centro y ligeramente olvidada pero presente, una pequeña bocina de esas que al decir: “Alexa, pon música de fin de semana” responde: “Reproduciento, música de fin de semana” para enseguida poner música que según ella, es propia de fin de semana.

En la cama, yace un hombre de mediana edad, ligero en intenciones equivocadas pero facilidad de palabra. Ya está despierto, sin embargo no abre los ojos, abraza su almohada blanca que  


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Estado inmóvil.

No sé si el amor tenga fecha de caducidad. Desconozco los débiles impulsos que me empujan a buscarte en mi memoria. No es algo que yo quiera, al contrario, las cosas se salen de control y no es, de verdad, un efecto que provoque una parte de mi que te conoce y te sabe en cierta medida como una persona real. Las horas se fugan de su lugar habitual y no las encuentro hasta pasadas las nubes del cielo y, sobre todo, cuando el cielo se pone color obscuro y el sueño me abraza lentamente. Renuncio a comprender racionalmente las emociones. No se me dan, me ponen de cabeza en las noches más obscuras. No sé qué sucede cuando trasmitimos emociones, no es una fuga de deshechos, es más bien un llenado de sentido que escapa a las palabras, las definiciones y a los sistemas racionales. No se razonan las emociones, se sienten , se viven y sobre todo, se saben como el sabor del agua salada en los labios. Un sabor que no escapa de las sensaciones. Dicen que hay dos tipos de personas en el mundo: los que existen y los que viven; los primeros, sólo pasan como gaviotas momentáneas al ojo humano, de lejos, sin detalle ni osadia. Los segundos, entran por tus sentidos invadiendo y provocando respiración y cambio de pensamientos. No pasan por encima de tu cabeza o a los lados, son fuego que transforma lo que contiene tu cuerpo como envase desechable. Es fuego infinito, duradero en tiempo y espacio, inmaterial, invisible pero real. ¿Tu eres de los que existen o de los que viven? Y buscar, significa en la mayoría de los casos, nunca encontrar más allá de lo que queremos ver y sentir. No se siente por obligación ni por mandato divino, se siente por vida, por una carga de vida inasible e iletrada, sin descripciones, solo «se siente» de manera natural. Sentir con la cabeza no precisamente es sentir, sentir con los sentidos despiertos, es otra cosa. No vives sin sentir, no sientes sin vivir. Así de simple es. No podemos pasarnos la vida sin sentir y solamente existir.


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Eso que fuimos.

El día del niño me hace pensar en la interioridad que encierra la dimensión de lo que somos cuando somos niños. Las realidades son diferentes, las apetencias son distintas, los ánimos son otros, pero, la esencia permanece como una marca que no se borra a pesar o a inmanencia del tiempo y del espacio, dimensiones que limitan al ser humano en su paso por la existencia humana. El niño es una persona con profunda conciencia, con la capacidad de sentir el mundo que le rodea. Las armonías y el desenlace de la realidad experimentado como extrañeza. No lo saben todo y esa es la mayor riqueza que pueden tener. A veces el saber nos hace propensos a limitar nuestras capacidades y alcances sensibles. El niño vive, y vive sin limitaciones más que las que su propia conciencia le marca y la educación le dicta. El niño es un ser precioso porque su tesoro es la inocencia y la verdad pura. No hace las profundas reflexiones porque no las necesita y ahí radica su sabiduría porque la realidad en esa dimensión es absoluta y pura, sin filtro ni aduanas mentales como sucede con los adultos. La realidad es tal cual se les presenta en su experiencia diaria: casa, padres, comidas, escuela, compañeros de escuela, etc, etc. La vida es lo más simple del mundo. No así con la experiencia de los adultos. Las grandes complicaciones del adulto radican en los elementos propios de su frecuencia de adultos a las cuales no pueden escapar ni huir porque, tarde o temprano los alcanzará. El niño es eso: él y su circunstancia sin más que agregar. Un niño es el recuerdo vivo de que la esperanza permanece aún cuando nosotros, los adultos, hayamos perdido la inocencia. ¿podremos continuar con la experiencia como refuerzo de esa pérdida de inocencia?. 


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A tal, pero no con odio ni calma absoluta.

Es algo que me perturba y ni siquiera es algo. ¿Cómo percibir ese ruido que brota en las comisuras de las labios donde antes descansabas?. ¿Acaso no puedes volver a ser lo que clamaste por tantos y tantos sueños aparecida en mi almohada de plumas?, No creo ni quiero dar una sola oportunidad a esas dudas que me acorralan por cada esquina de mi cuarto. No eres esa voz que me despierta como canto de colibrí entre las penumbras del inicio del día. Eres una plaga más entre mis persianas. Una luz que no quiero que se cuele por mi ventana. Si la calma es la estación del alma donde espera al siguiente tren que embarque mis maletas llenas de lágrimas, no quiero boleto de regreso. Hace tiempo que vengo pensando en no dejar que nadie se cruce entre mis pensamientos. A veces esquivo las oleadas de recuerdos que pegan en la puerta con tu nombre. No les dejo entrar, no me permito hacerlo. No puedo decir tu nombre sin caer en una nube llena de aire de helio. Te respiro sin tu presencia, eres esa foto que se llenó de polvo en la esquina del suelo, la que se cayó por fuerza de gravedad, caíste de mi gracia y de mi afecto. Hoy no te reservo ningún momento por más que me impulse el corazón a hacerlo. Me voy y no dejo que te presentes, ya huiste sin darte cuenta de mi vida. Me quedo con todo lo bonito, lo que no se dice ni se recuerda pero se vive al cerrar los ojos. Me quedo con esas olas de agua clara que golpea mi espalda tatuada. Te dejo en tus dudas y bostezos, en tus grises y tus rojos momentos. Miseria de recuerdos que nunca fueron suficientes. Ahora te cierro, te agradezco y me voy caminando, con paso apresurado, que nadie siga mi camino. Nadie conoce ni desea conocer este edificio que parece tambalearse ante cualquier sismo de los sentimientos. No son tan fuertes, no pueden serlo, no logran más que afirmar mis raíces, mis cimientos. Me preocupa el hielo en el cual me estoy convirtiendo. Acero que no se funde ni se sonroja. Eso me da miedo. Dejar de ser pero siendo más fuerte ante tantas sentencias humanas. Febril monotonía de las emociones, me he vuelto una coraza ante el asombro. Nada me sorprende ni me emociona. Una planta muestra más gozo que mi rostro.


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πάθος o aquello que no tiene explicación.

Dice Alejandra Pizarnik que «una gran dicha o una gran desgracia nos reducen al balbuceo». Los caminos que vamos trazando son a veces inciertos y otros, planeados, programados como quien programa la comida del día. Y a veces, tenemos las zozobras por no haber logrado lo que programamos. Los planes cambian, mutan y, casi siempre, para mejor. Así mismo, nuestro propio ser muta en algo que, esperemos no sea algo parecido a Gregorio Samsa (Cf. La metamorfosis de Kafka). Cambiar es algo que promueve cambiar de pensamiento, reflexionar sobre nosotros mismos y lo que hemos hecho y creado. Cada vez me convenzo más que la creación es una virtud práctica sobrevalorada, abandonada en un rincón llena de polvo por los días y las noches en que no se le pasa un trapo por encima. La creación es un desafío, una sopa que pocas veces está en tu restaurante favorito y, cuando acaso el mesero te dice que «es posible que nos quede un poco», acaba por desanimarnos con un rotundo: «lo sentimos, se ha terminado».

Dejar de ser creativos nos reducen al balbuceo, al acecho del infortunio. Creo que la pasión (del sustantivo griego πάθος, que es afectación, sufrimiento, condición, etc) produce el efecto de combustible en el ser humano, una gasolina espiritual que impulsa a «crear» sin caer en herejías, si es que sólo se puede atribuir el concepto de creación a Dios. No pretendemos crear de la nada como Él, muy al contrario, creamos a partir de unos manojos de imaginación, de cosas ya hechas, de relaciones y de trozos que mezclan lo real y lo absurdo, lo concreto y la ficción. No es posible explicar en sentido estricto lo que es crear (¿o acaso debemos decir «recrear»?). Lo que si podemos afirmar es que hay una satisfacción autentica, como ninguna otra, al lanzar aquello que pocos o ninguno se atreven a hacer o que les da miedo probar. En la creatividad no hay certezas, hay posibles aciertos, repisas de madera esperando que le dejen reposar libros, juguetes, esculturas pequeñas, en fin, objetos que buscan reposo seguro y cálido. Un nuevo pulso que hace brotar lo más interesante del ser humano. Las formas y los modos de la creatividad son infinitos, gozo infinito de posibilidades. No queda otra manera de vivir y de ser, propiamente hablando, que siendo creativo, o al menos, intentarlo. Ahí, creo yo, se encuentra un tesoro propiamente humano; mezcla de conocimiento, imaginación, trozos de memoria y una que otra cosa que surge en el más inesperado momento. El resultado de esto, más la audacia y el atrevimiento, da como efecto algo autentico, algo que procura el interés y la profundización. Alejandra Pizarnik nos enseña que no importa lo que suceda, siempre hay que sumergirse en aquello que nos apasiona, no importa lo que los demás opinen o dejen de opinar. La pasión tiene una fuerza que, muchas veces llega a ser más fuerte de aquel que la tiene (o «padece», siguiendo el sentido del griego). Esa pasión debe ser tal que nos empuje a ser mejores personas, mejores ejemplos para los que nos rodean. La pasión podría tener un reducto teórico o un sentido racional pero, quien la tiene, sabe que la tiene y vive con esa pasión como una segunda piel. La pasión misma nos enseña a mejorar en lo que hacemos, en todas las áreas que vinculan nuestra existencia: Vida privada, vida profesional, vida familiar, etc. Este breve texto es una cordial invitación a ser más creativo en lo que haces todos los días. Desde que te levantas, lo que comes, lo que realizas como profesional y lo que haces como persona con quienes te rodean. De esa manera, será raro aburrirse o caer en rutina.

Foto: Mamika de Sacha Goldberger.


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El recuerdo es lo último que muere.

No recuerdo la última vez que te escribí unas líneas. He puesto el empeño en la rutina diaria y en los detalles que hacen dibujar una palomita en la lista de pendientes. Pude salir y darme cuenta que el cielo sigue de color azul, el brillo del sol parece tener una potencia cada vez mas insensata y rabiosa sobre mi rostro (¿o será que cada vez lo tolero menos?). He probado la comida de todos los días, a veces como sin ganas, de rutina, sin sabor y sin hambre, pero hay que comer. Una mañana desperté con un pie en en la madrugada y otro en un profundo sueño. Nadie piensa que ese puede ser el último de tus días, de tus mañanas y de tus atardeceres; todos ellos aún sin llegar, sin vivirse. Me incorporé cómo pude y me adentré en el baño para dar inicio al crudo despertar que tiene el regaderazo de agua fría. He acostumbrado el alma al golpe puro de agua fría, el alma lo soporta y el cuerpo también. Cerré la llave del agua. Abrí la puerta para tomar la toalla pero me di cuenta que la toalla no estaba en su lugar. Saqué el pie izquierdo y di un paso fuera de la regadera. El agua traidora que envolvía la sandalia de mi pie, hizo un efecto deslizante al contacto con el suelo exterior. No sé cómo sucedió tal evento. Mi pie se deslizó un metro hacia adelante llevándome de golpe todo el cuerpo al suelo. Estuve tres segundos en el suelo, sin toalla, rodilla y codo impactaron con pared y suelo respectivamente. Me incorporé y tomé la toalla que, con su silencio, se burlaba por todo el baño. Me sequé pero el dolor ya hacia su trabajo en mi colapsado cuerpo. Le dije a Alexa: «Alexa: pon música de Alicia Keys», Alexa la puso de inmediato y olvidé el dolor de rodilla y codo. No sabemos nada. Hice algunas anotaciones de manera breve pero sólida en los ratos libres que tengo en el día. Pensamos en los días como números que se agotan o que se deben de llenar de productividad. Sweet surrender de Sarah Mclachlan. Y Sin darme cuenta, no he vuelto la mirada atrás. He puesto el gozo en lo que hago, disfruto mi vida y sin embargo, no te tengo. Hay algo en mi vida que no se puede llenar. Y camino sobre las horas para poder verte pero no puedo conseguirlo. Pensar y sentir es una combinación peligrosa, sutil pero carnívora. Me alimento de recuerdos tuyos, de tu risa y de tu cabello. La noche llega y me encuentra pensando en ti. No me permito volver al pasado si no es agarrado de tu mano. Encontré el amor y desde que me soltaste la mano, siento mi alma caer en un vacío sin fin. Me sostiene la literatura y la filosofía. Por eso vivo leyendo, escribiendo y pensando. No comprendo cómo el aire me hace respirar. No sé cómo mi corazón sigue bombeando sangre a mis venas y no sé qué palabras escribir para desbloquear este sentimiento hacia ti. Mientras intento desbloquear este miedo a perderte, seguiré buscándote en cada asiento vacío, en cada cafetería al entrar, en cada taza de café, en el frasco de azúcar, en cada pequeña lágrima que cae por mi mejilla antes de dormir, y en cada canción que cantabas. Esperaré cada mañana que tu recuerdo se disuelva, aunque tarde toda mi vida.


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Pizarnik, siempre Alejandra Pizarnik.

Leo el diario de Alejandra Pizarnik. Leo los sentimientos que fluyen como gaviotas buscando pescar un alimento que no tiemble al ser tomado. Pan, tocino, leche de almendras, avena, miel, chilaquiles con crema y queso, huevos revueltos. Todo eso no tiembla al ser tomado, es parte del ritual de fin de semana. El cielo torna colores que, sin darme cuenta, hacen mover las manecillas del tiempo. No llego a comprender el funesto, deshonesto, cruel, inhabitable, fin de Alejandra Pizarnik. ¿Por qué nadie puede hablarme de ella?, ¿Nadie puede escuchar los pasos de esa mujer que camina en las venas de quien la lee?. . Viento, llévate toda esa brisa que permanece en el vacío y en la ignorancia de quien no conoce a Alejandra Pizarnik. ¿Hay algo más dramático que olvidar a una enorme poeta?, no lo creo. En todo caso, que estas cuatro paredes puedan y permitan adentrarnos en el mundo de esta gran mujer. Más allá de sus tormentos y de sus angustias, es ella un referente indiscutible de la máxima sensibilidad humana. Siempre nadó en las aguas de la inercia emocional, sin dejarse ahogar pero sí su mente y su ingenio le hizo sacudirse entre las aguas de la incertidumbre. Ojalá podamos hallar toda esa fuente de oro que mana en sus letras. Somos mineros buscando en lo profundo de su pensamiento, siempre lúcido y elocuente, vivo y encendido. Sus letras son un fuego que no se consume; espacio y aire se agrietan, más no sus letras que gritaban tanto por decir. Ella comprendió que «se tiene que escribir cuando se tiene que decir».