Mario Miranda

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El primer amor y el sentido del entretenimiento según Kierkegaard.

El primer amor y el sentido del entretenimiento visto por Kierkegaard.

 

El tema es tratado por Kierkegaard en una serie de textos bastante interesantes y, ante tal situación que implica las emociones más profundas, en la obra “O lo uno o lo otro” se destaca una cierta burla para lo que se considera “el primer amor” y se dedica a analizarlo para burlarse de él. El personaje de Emmeline está convencido de que el primer amor es el verdadero y genuino amor. Es una defensa ideal que desencadena confusiones en la teoría de Emmeline. La conciencia juega o teje estructuras para no dejarse vencer, no es aceptable creer que las teorías puedan desecharse tan fácilmente. La experiencia del primer amor no aporta demasiado a la conciencia salvo el hecho de estar en una dimensión del todo nueva y singular. Las intensiones reales de él o ella, se distorsionan o se vuelven poco visibles por la neblina que empaña la visión real que está vestida de enamoramiento. No se distingue si hay un Don Juan oculto en alguno de ellos o si las intensiones son del todo puras e ingenuas. No se distingue una sensualidad inmediata porque el tiempo determina las ocasionalidad de los sentimientos y el arrojo de los personajes. En todo caso, el aburrimiento es el principal obstáculo que se debe vencer para conseguir placer, convirtiéndose en el gran motor que puede sacar a la pareja adelante. Kierkegaard menciona que la clave para vencer el aburrimiento es el cambio. Esto parece ser una noción común en todos los hombres pero no todos saben cómo llevarla a cabo. El hombre normal piensa que el cambio debe de darse fuera del sujeto, en lo exterior, es decir, cada vez que se cansa de lo que ya tiene, debe conseguir algo nuevo. Tal postura no es sino una constante vuelta en círculos sobre el mismo lugar porque no es ahí el verdadero cambio que debe generarse. Además, tal pensamiento demanda una infinita abundancia de recursos que no agotarán jamás la sed de la pareja. Puede distraer y dispersar por momentos más o menos largos, pero lo externo está imposibilitado a generar un cambio real sino más bien un cambio aparente o mejor dicho, una anestesia local. Y cuando, por el contrario, los recursos abundan, se genera un “engaño inconsciente” que termina por la saciedad exhaustiva de la pareja, es la ilusión de saciedad de un “estar” seguro en el futuro, una especie de “garantía” de permanencia en pareja. Poca gente se atreve a confesar que el objeto de su esperanza es tan aburrido como lo que ya posee y que el día que obtenga lo que anhela, inmediatamente deseará algo nuevo. Kierkegaard dice que para vencer el aburrimiento, es fundamental aprender a limitar los deseos en lugar de promover un afán insaciable de novedades. El hombre debe deshacerse de la esperanza “sólo tras tirar la esperanza por la borda empieza uno a vivir artísticamente, mientras uno tiene esperanza no puede limitarse”. La verdadera rotación hacia el cambio verdadero es, aprender a contemplar la realidad de diversos modos, enfocándose más en los puntos de vista que en los objetos. Sólo de este modo el hombre aprende a contentarse con poco y entretenerse con nada. Pareciera que el entretenimiento como tal, en sentido estricto, es elemento propio para personas superficiales, que requieren volcarse en lo exterior y las mundanidades para ser “feliz”. Para Kierkegaard, el verdadero entretenimiento, es encontrar un objeto que no llegue a ser aburrido y es posible que, en esa búsqueda el hombre se tope con objetos aburridos que desatan su inestabilidad emocional. El entretenimiento de quien está aburrido consiste en que nunca puede olvidarse de su propio aburrimiento para disfrutar mejor de cada cosa. Debe controlar su entretenimiento evitando que lo verdaderamente entretenido de las cosas pueda llegar a afectarlo. Kierkegaard se apropia del adagio nil admirari (no es de extrañar).

El hombre, en este sentido, continúa siendo infeliz, su carácter es primordialmente negativo y esa es una reacción frente a la frustración, es un intento del dominio sobre el dolor que desemboca en un estado demoniaco de inmanencia.