Estoy leyendo estos días en los breves ratos libres el libro «Por una ética del consumismo» de Adela Cortina y, si bien es ágil, no repararé en su forma escrita sino más bien en su análisis de contenido. Es básico leerlo en estas fechas que la palabra «consumismo» se encarna en fugaces destellos de compra y venta, (más compra que otra cosa) en mercados, centros comerciales y demás lugares donde vendan chucherías y diversos artículos que usan y desechan los seres humanos. La navidad es inminente, no más que algunos días para celebrar y aún nos cuesta creer lo rápido que el tiempo nos devoró los días y las noches para llegar a fin de año. Pero bueno, ya es casi Navidad y con ella, se avecinan una serie de festividades y momentos donde la palabra «regalo» se conjuga con «comprar» en una metástasis casi esférica (por aquello del constante ir y venir como un círculo que gira sin cesar) los motivos son diversos y casi, justificables: conmemorar devotamente la llegada de nuestro Salvador Jesucristo; los regalos de los Reyes Magos; otros tantos traen a Santa Claus, fiestas de fin de año en el trabajo, cenas o comidas de fin de año de la empresa, de los amigos, de los vecinos, de la familia de la novia, etc, etc. se comienza por motivos de origen religioso y se acaba por motivos meramente imaginarios de la persona, el punto es el mismo en todos casos: celebrar junto a más personas.
Si bien se ha hablado del Homo faber (hombre que produce), el Homo sapiens (hombre que piensa), Homo ludes (hombre que juega), etc, poco se ha dicho del Homo consumens (hombre que consume). Adela Cortina desenrolla a este tipo de hombre de manera plausible. Es brillante, entre otros más temas que tienen como eje al Homo consumens. Bien ella recalca que los motivos para comprar son muchos: necesidad, capricho, estatus, factor social, costumbre, manía, hábito, etc. sin embargo, señala que tiene relación directa con la cultura en que vivimos. La sociedad empuja a consumir, la publicidad y el marketing hacen mancuerna fenomenal logrando atraer compradores compulsivos en todas partes. Queremos estar por encima de los demás, ya no sólo a nivel académico sino a nivel social, queremos estar por encima de los demás pero sin decirlo verbalmente sino con artículos que pocos podrán comprar. De esta manera me subo por encima de los demás de manera sublime y discreta sin decir palabra, porque no es necesario: la imagen y mis accesorios son mejores y más caros que los «otros» que me rodean.
Batalla cultural la de querer mostrar a los demás que somos «mejores» que podemos tener «cosas» mejores que los demás: desde calzado, pasando por celulares hasta zona donde vivimos. Todo es tema de consumir y mostrar un cierto «poder». Lejano es esto frente a lo que Aristóteles ponderaba como la esencia del hombre: «La capacidad cuyo ejercicio conduce a la meta y perfección de la vida humana», es decir, la felicidad.
Cuando todas nuestras acciones no tienen por meta la felicidad, se disuelve el verdadero sentido del hombre y la mujer. Se construyen falsas ilusiones cuando consumir por consumir tiene el sentido de mostrar poder, ostentación y vanagloria. Sin embargo, observamos con miedo el creciente desarrollo de centros comerciales donde antes había parques recreativos, no crecen los museos, ni librerías ni escuelas como crecen los centros de consumo con diverso matiz pero al fin y al cabo, centro de consumo: Macdonalds, Starbucks, Costco, Sam Club, etc.por ejemplo y sólo por mencionar algunos. Ya se vuelve costumbre ir los fines de semana a centros comerciales en lugar de parques. La pregunta es: ¿es posible una ética del consumo?. La respuesta parece indudable. Sin embargo, todos tenemos esa cosquilla por lo «nuevo», lo caro, lo difícil de obtener, lo exclusivo, ya sean eventos, conciertos, bebidas, lugares, etc. Toda la columna vertebral del Homo consumens se desenvuelve aquí. Estamos ahí, queriendo o no pero estamos. Saberlo no proporciona ninguna ganancia sino una reflexión de fondo: ¿es ético el consumir?, ¿hasta dónde llega el límite de la ética en el consumo?, Cuando llega tu estado de cuenta a tu casa, ¿valió realmente la pena haber gastado tanto dinero?. Es un tema serio que necesita más estudio y más enfoque situacional, ver qué ocurre en cada caso porque no consume igual un estudiante que un anciano, un hombre en situación de hospital que uno sano, el enfoque particular requiere estudio. Lo cierto es que, remitiéndome a una antropología cristiana, diré que, las personas humanas, constituidas por cuerpo y alma, «espíritus encarnados»no sólo requerimos de lo material para nuestra felicidad sino que requerimos nutrir la parte espiritual, esto es, lo inmaterial, lo «invisible» a los ojos humanos pero no al corazón: La bondad, el respeto, la guarda de los sentidos, la inteligencia emocional, las virtudes cardinales y las virtudes teologales, en fin, que hay muchísimo por nutrir más profundo y más rico que todo lo que ofrecen en los centros comerciales. El problema está en lo que nuestra alma busca, si busca materia, nunca podrá encontrar felicidad duradera en ella porque en esencia no permanece, no dura, es perecedera por más chula que se nos ofrezca. Todo lo material tiene fecha de caducidad, lo inmaterial permanece en el alma, así como el que va al gimnasio para mantener sus músculos fines y sólidos, así nos faltan gimnasios para mantener las virtudes, y de esto carece nuestro mundo, porque al mundo no le interesa la virtud ni los valores, le interesa lo material, porque es lo que vivimos de manera inmediata todos los días, nadie repara en la bondad, el conocimiento, el respeto, la tolerancia, etc. y sin embargo, esos gimnasios para desarrollar las virtudes los tenemos enfrente de las narices: la vida cotidiana. Al despertar con tu pareja, al trabajar y ver a tus colegas, al ir por el pan, al ver al vecino que no te cae, al hablar con tu jefe, al hablar con tus hermanos, al estar parado en el tráfico, al pagar la gasolina, en fin, que sobran ocasiones para ejercitar las virtudes, al calificar exámenes de alumnos que respondieron tonterías, al hablar con tu madre cuando han estado peleados, etc. Toda nuestra vida se enriquece en estos momentos pero son estos momentos los más duros de controlar porque somos soberbios, somos egoístas, creemos que lo merecemos todo y en una palabra, nos falta humildad. Cuando hay humildad en nuestro ser, todo es más fácil, lo difícil es soportar la falta de humildad de los demás. así nuestra vida, pero así de rica es. sino, qué aburrida sería! ¿no crees?. Lo material no llena al hombre, llena por un instante pero no eternamente. ¿Buscas lo que dura para siempre o lo que dura un rato?, responde y luego busca respuesta para la primer pregunta: ¿es posible una ética del consumismo?,¿se justifica?, no respondas en general, responde por ti, en primer lugar.